Me mira y yo pienso que somos iguales. Los dos compartimos muchas cosas, algunas de las cuales se nos dieron a la fuerza porque -seamos sinceros-, en cuestión de familia hay que ver cómo uno se las arregla.
No hay persona que alguna vez en su vida no haya pensado: “Yo no pedí este padre-madre-hermano-hijo-abuelo-tío…”. La lista es infinita, variopinta y exquisita. No nos falta el hermano engreído, la madre castradora o el papá de autoridad militar. Todos nos queremos y odiamos a muerte. La familia es una aunque duela y todos, parafraseando a Piero**, siempre nos buscamos.
Y en esto último pienso cuando regreso a su mirada sabia y a su sonrisa tímida. Tan tímida como la de un niño que duda entre reír o llorar cuando conoce a alguien nuevo y no sabe si es de fiar. Yo lo busco ahora, pero no siempre lo hice. Hoy después de tantos años de alejamiento voluntario he decido volver.
Pero aquí debo confesar que mi vuelta está destinada a ser corta. El regreso me reta y me recuerda que la vida es breve. Él tiene 89 años y yo tengo 30, los dos somos tercos capricornios, puntuales empedernidos y hasta diría que obsesivos. A los dos nos gusta la ropa de moda, siempre tenemos espacio para el chocolate y amamos a Teresa, mi abuela. Pese a éstas y otras similitudes hemos estado alejados por voluntad propia: Mi torpe voluntad propia.
Pero hoy he decidido abandonar la torpeza. Por eso ahora lo miro todo lo que puedo, lo sigo, lo espío, lo vuelvo a mirar. Me enternece verlo rezar, siempre puntual, a las 6 de la mañana, a las 3 de la tarde y a las 7 de la noche, antes de volver al “sobre”.
Guillermo es el nombre de este viejo, mi viejo, mi abuelo, mi “papapa”. Yo lo bauticé así hace más de veinte años y por mí así lo llaman los demás en casa. Yo le debo mucho y le he dado muy poco, pero como la vida te da siempre una oportunidad (y en mi caso podría decir que han sido casi 10,900 días de oportunidades perdidas); aquí estoy para re-conocernos y despedirnos de a pocos.
Ahora me mira y yo sigo pensando que somos iguales. Y aunque por viejo a él y a otros he abandonado, hoy aprovecho que el reloj está de mi lado y le hago saber que a veces los hijos, y sobre todo los nietos, los olvidamos. Por viejos los condenamos, los lastimamos, los relegamos y hasta los desterramos. Por viejos los creemos obsoletos y un poco chiflados. Excusas no nos faltan para dejarlos, luego nos pesamos.
Guillermo está viejo, es cierto, pero no me ha olvidado. Guillermo creció –como lo haremos todos- y hoy me toca darle lo que desinteresadamente me regaló desde que nací: tiempo.
(*) Piero: Cantautor argentino nacido en Italia.
Cuento finalista del I Concurso de Relato Corto UC3M, Noviembre 2010. Uno de los 15 finalistas, entre 120 concursantes.